(NBQ)- El cardenal Müller declara sobre las “reflexiones” del papa emérito relacionadas con el tema de los abusos sexuales: «Es una intervención importante porque obliga a ir a la raíz de la crisis actual». «Igual que la revolución sexual, la teología moral empezó a negar la existencia de actos intrínsecamente malos, debilitando la conciencia respecto a lo que está bien y lo que está mal. Las consecuencias han sido devastadoras». «El “pastoralismo”es hijo de la ética “caso por caso”, pero una pastoral que no se apoya en los fundamentos de la moralidad humana es falsa». «Quienes dicen que el papa emérito no debería hablar es el ejemplo más evidente de una Iglesia cada vez más mundana. Estos no saben nada de la misión de los obispos. El papa emérito no sólo tiene el derecho, sino también el deber de hablar para defender la fe». «Tratan a Scalfari como intérprete autorizado del Papa y les gustaría hacer callar a Ratzinger. Pero, ¿en qué país estamos?»
«La intervención de Benedicto XVI es muy importante en este momento de la Iglesia, porque obliga a enfrentarse a la raíz de esta profunda crisis… Quien quiere que el papa emérito permanezca callado es gente que razona según el mundo y desconoce la misión de los obispos». El cardenal Gerhard Müller -que el papa Benedicto XVI quiso que fuera su heredero a la guía de la Congregación para la Doctrina de la Fe, posteriormente eliminado bruscamente por el papa Francisco cuando acabó su primer mandato en 2017- parece sentirse consolado por las “reflexiones” sobre el tema de los abusos sexuales que el papa emérito ha hecho públicas hace unos días, pero es muy duro con quien considera que Benedicto no debería hablar. Hablamos con él por teléfono, a su vuelta de un viaje a Alemania.
Eminencia, ¿cómo juzga la publicación de las “reflexiones” de Benedicto XVI sobre los abusos sexuales?
La contribución de Benedicto XVI es muy importante en este momento de la Iglesia, porque tenemos una gran crisis de credibilidad y tenemos el deber de ir a la raíz o a los inicios de esta crisis, que no ha caído del cielo de repente. Hasta ahora se ha hablado sólo de clericalismo, un concepto muy nebuloso, un modo para no enfrentarse a las verdaderas causas de la crisis. Crisis que tiene una larga historia, que también inicia en la Iglesia con la revolución sexual de los años 60 y, al mismo tiempo, con la crisis de la teología moral que empezó a negar el intrinsece malum, es decir, la existencia de actos intrínsecamente malos. Se empezó a defender que algunas acciones son pecado grave o crimen sólo bajo determinadas condiciones, que todo depende de la situación. Esto no es otra cosa que una autojustificación del pecado.
El papa Benedicto tiene una gran memoria sobre lo que ha sucedido en la Iglesia, y una gran capacidad teológica, de análisis. Es verdaderamente sorprendente que a sus 92 años tenga esta lucidez para analizar la situación, mucho mejor que otros que también alzan sus voces.
La primera objeción que se ha hecho atañe al origen del escándalo de la pedofilia, que se afirma se remonta al 68 y la revolución sexual. Se afirma que los casos empezaron mucho antes del 68.
Es una objeción que no se sostiene. Es evidente que en todas las épocas ha habido problemas de este tipo, pero la diferencia ahora estriba en el paso de algunos casos aislados a un fenómeno extendido. Basta mirar los datos. En los años 60, junto a lo que sucedía en el mundo, en la Iglesia hubo una caída de la línea moral, de la ética, de la espiritualidad del sacerdocio. Sobre todo se confundió cuál era el límite entre el bien y el mal, entre lo que está prohibido y lo que es lícito. Tuvo lugar una desviación de la conciencia. Cuando una persona está educada correctamente sabe que esto es pecado y que eso no lo es. La conciencia respeta estas reglas internas, pero hay teólogos morales que empezaron a confundir, a decir que esto no es pecado, que todos tienen derecho a vivir su sexualidad. Y ahora nos encontramos con las consecuencias. Si uno sabe con claridad lo que es lícito y lo que no lo es, tiene una fuerza interior más fuerte que le ayuda a huir de las tentaciones.
A este propósito, Benedicto XVI cita la encíclica Veritatis Splendor (1993) como la respuesta de san Juan Pablo II a esta deriva de la teología moral. Suena como una indicación también para hoy, visto que la ética de la situación, del “caso por caso”, parece triunfar.
El juicio “caso por caso” quiere ser una directriz de la pastoral, pero la pastoral debe tener un fundamento. Se cree que al evitar decir las cosas por su nombre se evita que la gente se aleje de la Iglesia, pero es totalmente falso sustituir los fundamentos de la moralidad humana con una presunta e indefinida regla de la pastoral. Y la Iglesia, sobre todo los obispos y el Papa, tiene la obligación de predicar la verdad, también la verdad moral. Este es el único camino.
Hoy esta falta de claridad se nota, sobre todo, cuando se habla de homosexualidad e ideología de género.
Es verdad. Una cosa es acompañar a las personas que tienen tendencias homosexuales, y otra es avalar la falsa antropología de género. Sobre esto hay que ser muy claros, también públicamente, no se deben dar falsas señales. La Iglesia católica no puede aceptar la ideología de género, de ninguna de las maneras, porque es contra natura, contra la voluntad de Dios, contra el bien de la familia, contra el bien de cada persona individualmente, del hombre y de la mujer, de los niños. La Iglesia debe ser muy clara, no debe tener miedo a la prensa internacional y las organizaciones que quieren introducir esta falsísima antropología que destruirá a toda la humanidad.
Respecto a los casos de pedofilia cometidos por sacerdotes, el papa Benedicto recuerda que en un determinado momento la competencia pasó de la Congregación para el Clero, que no era adecuada, a la Congregación para la Doctrina de la Fe. ¿Puede explicarnos este traspaso?
Tras el Concilio prevaleció una línea mórbida, se decía que no debemos ser demasiado legalistas, como en los tiempos del judaísmo. Estamos en los tiempos del Evangelio, se decía, debemos aceptar a los hombres y no centrarnos en los límites y en las cosas que hay que prohibir, sino que hay que preocuparse de vivir la Gracia del Evangelio. Pero esta línea suave no funciona con la naturaleza humana. La naturaleza humana es débil, necesita la ayuda de la Gracia, pero también una disciplina personal y eclesial. Por esto, la Congregación para el Clero no era adecuada para valorar los casos de abusos sexuales por parte de los sacerdotes, por lo que esta tarea pasó a la Doctrina de la Fe, que es el tribunal apostólico supremo para estas causas contra la fe.
En su escrito Benedicto XVI insiste mucho sobre el hecho de que no hay que pensar sólo en el garantismo para los abusadores, sino también en proteger la fe. ¿Qué quiere decir exactamente?
Los actos de pedofilia no son sólo crímenes sexuales, son también crímenes contra la fe. Muchas víctimas sufren en su relación con Dios. El sacerdote no es un funcionario del sistema, es el representante de Jesús buen pastor que dio su vida, y todos los fieles -sobre todos los menores- tienen el derecho fundamental de encontrar a un sacerdote que testimonie esto y que sea una persona de gran confianza. La credibilidad de la Iglesia y del representante de Jesucristo es la puerta a través de la cual entra la fe teológica, la fe como virtud, la fe como unión con Jesús. Por esto hablamos de delitos contra la fe. En el periodo en que estuve en la Congregación para la Doctrina de la Fe había personas que no querían comprender, que decían que la Congregación es demasiado rígida, que debemos respetar más los derechos de los que delinquen. Es verdad que también hay acusaciones falsas, pero cuando las acusaciones son verdaderas debemos tomar medidas drásticas contra los culpables. No se puede decir: “Han abusado de un niño, pero tengamos misericordia por estos delincuentes”. No es válido el argumento según el cual pierden el sacerdocio, que nosotros sacerdotes tenemos un carácter indeleble y es un dolor cuando ya no podemos celebrar la misa. Claramente es un dolor, pero es un dolor justo. En estos casos, el sacerdote es responsable de actos contra la vida y contra la dignidad humana: no sólo es un pecado -todos somos pecadores-, pero cuando se trata de un crimen contra Dios y contra los hombres, no se puede seguir subiendo al altar como representante de Jesucristo. Hay una cierta actitud que es también una falsa idea de misericordia. Cierto que existe el perdón para quien hace penitencia, pero este perdón no significa que un sacerdote culpable de pedofilia pueda continuar como si no hubiera sucedido nada. Las víctimas sufren toda su vida por el daño sufrido, algunos ya no podrán casarse, tienen profundas dificultades en su vida; y todo esto provocado por un siervo de Dios, por un apóstol. Soy totalmente contrario a esta falsa misericordia. La misericordia de Dios es un cambio de vida que implica también aceptar un castigo adecuado al crimen cometido para poder reconciliarse. No se debe minimizar esta culpa, el daño cometido por un hombre de Dios.
Benedicto XVI observa que también en la Congregación para la Doctrina de la Fe los tiempos de los procesos han sido muy largos.
Es una lentitud que no es debida, ciertamente, al personal de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que siempre ha trabajado mucho en estos casos. Pero las causas son muchas y el personal es insuficiente. Además, debemos tener en cuenta que los procesos empiezan en las diócesis. Durante mi mandato el objetivo era aumentar el personal con tres miembros más. En cambio, sin motivo aparente, en 2017 cuatro personas cualificadas fueron despedidas. No se puede pedir a la congregación trabajar más y más rápidamente y, después, reducir su personal.
Muchos han visto también en las “reflexiones” de Ratzinger una respuesta a los famosos Dubia de los cuatro cardenales (Caffarra, Meisner, Burke, Brandmuller) que, respecto a Amoris Laetitia, pedían confirmación sobre la validez del intrinsece malum.
No sé cuáles han sido las intenciones, pero está claro que existen actos que son, en sí mismos, malos, que nunca pueden ser buenos o pueden justificarse. Encuentro incomprensible la posición de ciertos teólogos cuando consideran el bien en una acción mala. Que el juicio dependa de las circunstancias siempre es en favor del delincuente, significa no tener en cuenta todos los factores. Si un inocente es asesinado, ¿cuál puede ser el aspecto bueno para mí que soy víctima del delito? Esta argumentación está hecha sólo desde la perspectiva del que delinque. No conozco ningún caso en el que para la víctima un delito sea algo bueno. Lo mismo se aplica al adulterio: el miembro de la pareja que sufre, que sufre el adulterio, que es traicionado, ¿dónde ve el bien? Es absurdo afirmar que hay acciones contra los mandamientos de Dios que, en algunas circunstancias, son legítimas.
Ha habido críticas feroces contra Benedicto XVI, al que han acusado de haber roto el silencio. Hay quien incluso ha citado el Directorio para los obispos (Apostolorum Successores), en el punto en el que se prohíbe a los obispos eméritos interferir en la guía de la Iglesia, minando así, con sus intervenciones, el magisterio del obispo en el cargo.
Esta gente es la prueba más evidente de una Iglesia cada vez más mundana, desconocen por completo cuál es la misión de los obispos. Claro que los obispos eméritos tienen que permanecer fuera del gobierno diario de la Iglesia, pero cuando se habla de doctrina, de moral, de fe, están obligados a hablar desde el derecho divino. Los obispos no son funcionarios de la policía criminal que, cuando se retiran, ya no pueden tomar iniciativas contra los delincuentes. Un obispo es obispo para siempre. Cristo dio la autoridad al obispo para servir la palabra, para dar testimonio. Todos, durante la consagración episcopal, prometen defender el depositum fidei. El obispo y gran teólogo Ratzinger no sólo tiene el derecho, sino también el deber, desde el derecho divino, de hablar y dar testimonio de la verdad revelada.
Por desgracia, hay muchas personas en la Iglesia que no conocen el alfabeto de la teología católica. Hablan como políticos, como periodistas, sin las categorías de la Sagrada Escritura, de la tradición apostólica, del magisterio de la Iglesia. ¿Cómo se puede decir que el papa emérito no tiene derecho a hablar de la crisis fundamental de la Iglesia? Tenemos incluso el escándalo de un ateo como Eugenio Scalfari interpretando, impunemente, lo que el papa Francisco le dice en los encuentros privados; es tratado como intérprete autorizado del Papa y en cambio, una figura como Ratzinger, ¿tiene que permanecer callado? Pero, ¿en qué país estamos? Estos idiotas hablan por doquier, pero no conocen la Iglesia, lo único que quieren es gustar a la gente. Los apóstoles Pedro y Pablo, los fundadores de la Iglesia romana, dieron su vida por la verdad. Pedro y Pablo no dijeron “ahora hay otros sucesores, Timoteo y Tito, dejemos que hablen ellos públicamente”. Ambos dieron testimonio hasta el final de sus vidas, hasta el martirio, con su sangre.
Un obispo emérito, cuando celebra la misa, en la homilía ¿no debe decir la verdad? ¿No debe hablar sobre la indisolubilidad del matrimonio sólo porque otros obispos activos han introducido nuevas reglas que no son acordes con la ley divina? Son más bien los obispos activos los que no tienen el poder de cambiar el derecho divino de la Iglesia. No tienen ningún derecho a decirle a un sacerdote que está obligado a dar la comunión a una persona que no está en plena comunión con la Iglesia católica. Nadie puede cambiar esta ley divina; si alguien lo hace, es un hereje, es un cismático.
Hoy están de moda estas ideas extrañas, por lo que la autoridad eclesiástica es concebida como una autoridad positivista, así quien detiene el poder puede definir la fe a su gusto. Y los demás tienen que permanecer en silencio. Sería mejor que permanecieran callados los que saben poco de teología. Y, antes que nada, deberían estudiar.
Miremos hacia dónde han llevado a la Iglesia, por ejemplo en Alemania, estos grandes modernistas, algunos de ellos profesores. Cada año, doscientas mil personas abandonan la Iglesia católica en Alemania. Entre los protestantes, son trescientos mil. Es un verdadero problema. Pero respecto a esto no se hace nada. Hablan sólo de homosexualidad, de cómo cambiar la moral sexual, del celibato: estos son sus temas, quieren destruir la Iglesia. Y dicen que esto es modernización: no es modernización, es “mundanización” de la Iglesia.
¿Qué consecuencias espera usted de la publicación de estas “reflexiones” de Benedicto XVI?
Espero que algunos empiecen, por fin, a enfrentarse al problema de los abusos sexuales de manera clara y correcta. El clericalismo es una respuesta falsa.
Publicado por Riccardo Cascioli en la Nuova Bussola Quotidiana.
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