Por qué dejamos de hacer operaciones de cambio de sexo»: ciencia real contra ideología de género: Dr.Paul R. McHugh fue director de psiquiatría

 

 

 «según publicó el Journal of Sexual Medicine

 en 2008 el 80-95% de los niños prepube_

rales con trastorno de Identidad de 

Género, no seguirá experimentándolo en la adolescencia». 


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https://www.religionenlibertad.com/por-que-dejamos-de-hacer-operaciones-de-cambio-de-sexo--42897.htm

Dr.Paul R. McHugh fue director de psiquiatría del John Hopkins Hospital

«Por qué dejamos de hacer operaciones de cambio de sexo»: ciencia real contra 

ideología de género

«Por qué dejamos de hacer operaciones de cambio de sexo»:  ciencia real contra ideología de género
Siendo director de psiquiatría del John Hopkins Hospital, el doctor Paul McHugh hizo i
nvestigar la ciencia real tras los cambios de sexo
https://www.religionenlibertad.com/por-que-dejamos-de-hacer-operaciones-de-cambio-de-sexo--42897.htm

 

Paul R. McHugh es Catedrático de Servicios Distinguidos en Psiquiatría en la Universidad Johns Hopkins. Escribe sobre el cambio de sexo en FirstThings.com .

Cuando la práctica de cambio de sexo mediante cirugía surgió por primera vez, a principios de los años 70, solía recordarles a menudo a los psiquiatras que 
defendían 
este tipo de operación que con otros pacientes, especialmente con los alcohól
icos,
 ellos solían citar la Oración por la Serenidad: "Dios, concédeme la serenidad 
de 
aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar aquellas que 
puedo y sabiduría para reconocer la diferencia". 

¿De dónde sacaron la idea de que nuestra identidad sexual ("género" es el 
término
 que ellos prefieren) como hombres o mujeres estaba en la categoría de 
cosas que
 se pueden cambiar?

Su respuesta habitual era mostrarme a sus pacientes. Los hombres (y hasta 
poco
 antes eran todos hombres) con los que hablaba antes de ser operados me 
decían 
que sus cuerpos e identidad sexual estaban en desacuerdo; con los que ha_
blaba 
después de la operación me decían que la cirugía y los tratamientos de hormo
nas 
que les habían convertidos en "mujeres" les habían proporcionado felicidad
 y satisfacción. 

Sin embargo, ninguno de estos encuentros era convincente. 

Los sujetos post-quirúrgicos me parecían caricaturas de mujeres. Llevaban 
zapatos de tacón alto, mucho maquillaje y vestidos llamativos; me expli
caban
 cómo se sentían al poder dar rienda suelta a sus inclinaciones naturales 
por la paz, la domesticidad y la dulzura. 

Pero sus grandes manos, sus prominentes nueces de Adán y sus evidentes rasgos
 faciales eran incongruentes y lo serían cada vez más a medida que envejecieran.

Las psiquiatras a las que los enviaba para que hablaran con ellos conseguían ver 
intuitivamente a través del disfraz y la exageración en los gestos. "Las chicas 
conocen a las chicas", me dijo una de ellas, "y eso es un chico".

Tres rasgos de estas "nuevas mujeres"

Los sujetos antes de la cirugía me llamaban la atención aún más cuando 
veía
 que intentaban convencer a cualquiera que quisiera influirles sobre su
 operación.

Primero, dedicaban una increíble cantidad de tiempo a pensar y hablar 
sobre 
sexo y sus experiencias sexuales; su hambre sexual y sus aventuras pare_
cían preocuparles. 

Segundo, hablar de bebés y niños no les interesaba demasiado; incluso parecían 
indiferentes a los niños.

Y tercero y más importante, muchos de estos hombres-que-declaraban-ser-mujeres 
decían que encontraban a las mujeres sexualmente atractivas y que
 se veían como "lesbianas". 

Cuando les decía a sus defensores que sus inclinaciones psicológicas se pare_
cían
 más a las de los hombres que a las de las mujeres, recibía varias respuestas, 
pero
 la mayoría me decía que haciendo esta clase de juicios estaba recurriendo 
estereotipos sexuales.



Hasta 1975, cuando me convertí en jefe de psiquiatría del John Hopkins 
Hospital,
 no solía compartir mis sugerencias sobre estas cuestiones. Pero cuando se 
me dio autoridad sobre todos los casos en el Departamento de Psiquiatría me di 
cuenta de
 que si era pasivo estaría eligiendo tácitamente impulsar la cirugía de cambio
 de sexo en el departamento que la había propuesto en origen,
 y que seguía defendiéndola.

Decidí desafiar lo que yo consideraba ser una mala dirección de la psiquiatría 
y exigir
 más información, tanto antes como después de las operaciones.

Dos "dogmas de género" a estudio

Dos cuestiones se presentaron como objetivo de estudio. Primero, quería 
examinar la declaración según la cual los hombres que habían sido
 operados de cambio de sexo habían encontrado la solución a sus muchos problemas psicológicos. 

Segundo (y esto era más ambicioso), quería ver si los niños con genitales
ambiguos que eran transformados quirúrgicamente en niñas y 
educados como tales,
 como afirmaba la teoría (del Hopkins), se normalizaban con facilidad 
en la identidad 
sexual que se había elegido para ellos.

Estas afirmaciones habían generado la opinión en círculos psiquiátricos 
de que el "sexo" y el "género" de una persona eran cosas distintas:
 el sexo estaba determinado genética y hormonalmente desde la 
concepción, mientras que el género estaba modelado por la cultura 
mediante la acción de la familia y otros durante la infancia.

La primera cuestión era más fácil y sólo requería que yo impulsara la investi_
gación continua en comportamiento sexual humano de un miembro de la 
facultad que 
fuera un estudiante con capacidad. 

El psiquiatra y psicoanalista Jon Meyer ya estaba desarrollando un método 
para 
hacer el seguimiento de adultos que habían sido operados de cambio de sexo 
en el Hopkins para ver en qué medida la cirugía les había ayudado. 

Encontró que la mayoría de los pacientes que había localizado años después 
de la 
cirugía estaban satisfechos con lo que habían hecho; sólo unos cuantos se arrepentían. Pero en el resto de los aspectos habían cambiado poco en lo que se 
refiere a sus condiciones psicológicas. Seguían teniendo los mismos problemas
 que antes con las relaciones, el trabajo y las emociones. La esperanza que tenían
 de superar sus dificultades emocionales para mejorar psicológicamente no se 
había cumplido.

Arreglar sus mentes, no sus genitales

Leímos los resultados como demostración de que del mismo modo que 
estos hombres disfrutaban del travestismo antes de la operación, 
después de ella les gustaba vivir en el sexo opuesto, pero no 
se sentían mejor en su integración psicológica ni la vivían mejor. 

Con estos hechos en la mano llegué a la conclusión de que el Hopkins
 estaba fundamentalmente colaborando con una enfermedad mental. 

Pensé que nosotros, los psiquiatras, teníamos que concentrarnos en inten_
tar arreglar sus mentes y no sus genitales.

¿Qué lleva a pedir el cambio de sexo quirúrgico?

Gracias a su investigación, el Dr. Meyer pudo dar algo de sentido a los 
trastornos mentales que estaban llevando a solicitar este tratamiento inusual 
y radical. 
La mayoría de los casos cayeron dentro de uno de estos dos grupos que 
menciono a continuación, bastante diferentes entre ellos. 

Un grupo consistía en hombres homosexuales conflictivos y guiados 
por un 
sentido de culpa que veían en el cambio de sexo un modo de resolver
 sus conflictos sobre la homosexualidad, pues les permitiría 
comportarse sexualmente como mujeres con hombres. 

El otro grupo -la mayoría, hombres más mayores- estaba formado 
por varones heterosexuales (y algunos bisexuales) que sentían 
gran excitación sexual al travestirse de mujeres. A medida que 
envejecían, estaban cada vez 
más deseosos de añadir verosimilitud a sus disfraces y buscaban o se 
les sugería una transformación quirúrgica que incluía implantes mamarios, amputación del pene y reconstrucción pélvica 
para parecerse a una mujer.

Posteriores estudios sobre sujetos similares en los servicios de
 psiquiatría del Clark Institute de Toronto identificaron a
estos hombres por la auto-excitaciónque sentían al imitar
 a mujeres seductoras sexualmente. 

Muchos de ellos imaginaban que sus demostraciones podían ser
 excitantes también para los espectadores, sobre todo las 
mujeres. Esta idea, una forma de "sexo en la cabeza" (D. H. Lawrence), 
era lo que provocaba su primera aventura al disfrazarse con ropa
 interior femenina, llevándolos después a considerar la opción 
quirúrgica. 

La mayoría de ellos veían en las mujeres el objeto de su interés, por lo que 
al hablar con los psiquiatras se identificaban a sí mismos como
 lesbianas. 

El término que con el tiempo acuñaron en Toronto para describir esta forma de
 mala dirección sexual fue "autoginefilia". 



Autoginefilia: hombres que se excitan vistiéndose como mujeres... y buscando
 gustar a mujeres; después de usar ropa de mujer, buscan un cuerpo de mujer

De nuevo concluí que alterar quirúrgicamente el cuerpo de estas personas 
desgraciadas era colaborar con un trastorno mental en lugar de tratarlo.

Esta información y una mejor comprensión de lo que habíamos estado haciendo
 nos hizo tomar la decisión de dejar de prescribir las operaciones de cambio de sexo
 para adultos en el Hopkins —para gran alivio, tengo que decirlo, de varios de nuestros cirujanos plásticos que habían recibido orden previamente de llevar adelante este 
tipo de intervención. 

El caso de los bebés con genitales deformes
Y con esta solución en lo que respecta a la primera cuestión, puedo ahora hablar 
sobre la segunda, a saber: la práctica de asignar un sexo femenino a recién nacidos varones que al nacer tenían genitales malformados y ambiguos sexualmente, 
como también defectos severos en el pene. 

Esta práctica, que pertenece más al campo de la pediatria que al mío propio, 
era sin embargo motivo de preocupación para los psiquiatras porque las 
opiniones que se habían generado alrededor de estos casos contribuían a 
formar la opinión de que la identidad sexual era una cuestión de condiciona
miento cultural más que algo esencial en la constitución humana.

Varias enfermedades, afortunadamente raras, pueden llevar a defectos en la 
formación del tracto genitourinario durante la vida embrionaria. Cuando esto
 ocurre en un varón, la forma más simple de cirugía plástica -con la idea de
 corregir la anormalidad y ganar una apariencia estética satisfactoria- es quitar
 todas las partes masculinas, incluyendo los testículos, y construir una vagina
 y unos labios con los tejidos disponibles.

Esto proporciona a estos bebés malformados una anatomia genital de apariencia femenina sin importar su sexo genético. Dada la afirmación de que la identidad
 sexual de un niño seguirá fácilmente a su apariencia genital si está apoyado por
 la familia y el entorno cultural, los cirujanos pediátricos se aficionaron a 
construir genitales de apariencia femenina tanto a niñas con una constitución cromosómica XX como a niños con una XY, para que así todos
 tuvieran aspecto de niñas pequeñas, a la vez que eran educadas como tales
 por sus progenitores.

Los psicólogos persuadían a los padres

Todo esto se hacía, desde luego, con el consentimiento de los padres que, afligidos
 por las graves malformaciones de sus bebés, eran persuadidos por los endocrinó
logos pediátricos y los psicólogos que los asesoraban a aceptar la cirugía de transformación de sus hijos. 

Se les decía que la identidad sexual de sus hijos (de nuevo, su “género”) simplemen_
te se amoldaría al condicionamiento ambiental. 

Si los padres sistemáticamente respondían al niño como si fuera una niña ahora 
que su estructura genital parecía la de una niña, él aceptaría este rol sin mucho
 esfuerzo.

Esta propuesta les planteaba a los padres una decisión crítica. Los médicos
 aumentaban la presión después de hacer la propuesta diciendo a los padres
 que la decisión había que tomarla pronto porque la identidad sexual de
 un niño se establece a los dos o tres años de vida. 

El proceso de inducir al niño en un rol femenino debía empezar rápidamente 
con el nombre, el certificado de nacimiento, la parafernalia para el bebé, etc. 

Con los cirujanos preparados para la operación y los médicos seguros, a los padres
 se les ofrecía algo que era difícil de rechazar (a pesar de que, y esto es interesante,
 unos cuantos padres, pocos, rechazaron este consejo y decidieron que la naturaleza hiciera su curso).

Pienso que estas opiniones profesionales y la elección con la que se presionaba a 
los padres estaban basadas en pruebas anecdóticas difíciles de verificar y más 
difíciles aún de reproducir. A pesar de la seguridad que demostraban sus 
defensores, les faltaba un apoyo empírico sustancial. 

Animé a unos de nuestros psiquiatras residentes, William G. Reiner (que estaba 
ya interesado en el tema porque antes de su formación psiquiátrica había sido
 urólogo infantil y había sido testigo del problema desde el otro lado) a empezar 
un seguimiento sistemático de estos niños, en particular de los niños 
transformados en niñas durante su infancia, para así determinar hasta 
qué punto llegaban a estar integrados sexualmente como adultos.

Un caso a estudio: la extrofia vesical

Los resultados fueron aún más sorprendentes que en el trabajo de Meyer. Reiner 
escogió estudiar intensamente la extrofia vesical porque pondría mejor a prueba la idea de que la influencia cultural tiene el papel principal en la identidad sexual. 

La extrofia vesical es una deformación embrionaria que produce una gruesa anormalidad de la anatomia pélvica, por lo que la vejiga y los genitales están terriblemente deformados en el momento del nacimiento. El pene masculino
 no se ha formado del todo y la vejiga y el tracto urinario no están claramente
 separados del tracto gastrointestinal. Fue crucial para el estudio de Reiner 
el hecho de que el desarrollo embrionario de estos desafortunados varones
 no es hormonalmente distinto al de los varones normales. Ellos se desarrollan 
dentro de un ambiente hormonal prenatal típicamente masculino proporcionado 
por su cromosoma Y y su función testicular normal. 

Esto expone a estos embriones/fetos en desarrollo a la hormona masculina
 de la testosterona, como les sucede a todos los otros varones en los vientres
 de sus madres.

A pesar de que la investigación sobre animales ha demostrado hace tiempo que 
el comportamiento sexual masculino deriva directamente de su exposición a la testosterona durante su vida embrionariaeste hecho no impidió la práctica 
pediátrica de tratar quirúrgicamente a estos bebés varones que tienen esta severa anomalía mediante castración (amputando sus testículos y cualquier otro ves-
tigio de estructuras genitales masculinas) y la reconstrucción de una vagina, para que así pudieran crecer como niñas. A mediados de los años 70 esta práctica se había convertido prácticamente en universal. 

Estos casos ofrecieron a Reiner la mejor prueba de los dos aspectos que son el
 trasfondo de este tratamiento: (1) que los humanos cuando nacen serían 
neutrales en lo que se refiere a su identidad sexual y (2) que para los humanos
 son las influencias posnatales y culturales y no hormonales, especialmente
 en la primera infancia, las que más influirían en su identidad sexual última. 
Los varones con extrofia vesical eran modificados habitualmente mediante
 cirugía para parecerse a niñas; a los padres se les instruía para que los 
educaran como tales. 

Pero, el hecho de que habían sido expuestos por completo a la testosterona
 en el útero ¿derrotaba el intento de educarlos como niñas? Las respuestas
 serían más evidentes con el cuidadoso seguimiento que Reiner estaba empe_
zando.



Antes de describir los resultados, quiero señalar que los médicos que proponían 
este tratamiento para los varones con extrofia vesical entendían y eran conscientes
 de que estaban introduciendo nuevos y severos problemas físicos a estos varones. 

Obviamente, estos niños no tenían ovarios y sus testículos habían sido 
quirúrgicamente amputados, lo que significaba que tenían que recibir 
hormonas exógenas durante toda su vida. La misma cirugía les negaba
 cualquier posibilidad de fertilidad en el futuro. Y uno no podía preguntar 
al pequeño paciente si quería pagar este precio. 

Los médicos que asesoraban a los padres las consideraban cargas aceptables
 con el fin de evitar la angustia en la infancia de unas estructuras genitales
 malformadas y se esperaba que pudieran seguir un rumbo sin conflictos 
hacia su maduración como niñas y mujeres.

Educados como niñas, pero actuaban como chicos

Sin embargo, Reiner descubrió que estos varones re-diseñados nunca 
se sintieron cómodos como mujeres cuando fueron conscientes de ellos
 mismos y del mundo. 

Desde el principio de su vida infantil de juegos actuaban espontáneamente
 como chicos y eran claramente distintos a sus hermanas y otras niñas; 
les divertían más las riñas de chavales que las muñecas y "jugar a las casitas". 

Más tarde, muchos de estos individuos, cuando supieron que genéticamente
 eran varones, desearon reconstituir sus vidas como tales (algunos incluso 
pidieron reconstrucción quirúrgica y tomar hormonas masculinas) -todo ello
 a pesar de los sinceros esfuerzos de sus padres para tratarlos como niñas.

Vale la pena relatar los resultados de Reiner, de los que informaba la edición del 
22 de enero de 2004 del New England Journal of Medicine. Hizo un seguimiento a dieciséis varones genéticos afectos de extrofia vesical vistos en el Hopkins, de los 
cuales catorce fueron sometidos, en el periodo neonatal, a reasignación al sexo
 femenino social, legal y quirúrgicamente. Los padres de los otros dos niños
 rechazaron el consejo de los pediatras y educaron a sus hijos como varones.

Ocho de los catorce sujetos reasignados como mujeres declararon ser varones. 
Cinco vivían como mujeres y uno vivía sin una identidad sexual clara. Los dos
 que fueron educados como varones permanecieron varones.

Los dieciséis tenían intereses que eran típicamente masculinos, como la
 caza, el jockey sobre hielo, el karate y el bobsleigh. 

De este trabajo Reiner sacó la conclusión de que la identidad sexual sigue 
a la constitución genética. Las tendencias masculinas (juegos de fuerza,
 sentirse excitados por las mujeres y agresividad física) son el resultado del 
desarrollo intrauterino fetal rico en testosterona de los individuos estudiados,
 a pesar de los esfuerzos por socializarlos como mujeres desde el nacimiento. 

Después de examinar los estudios de Reiner y Meyer, nosotros, en el Departa_
mento de Psiquiatría del Johns Hopkins llegamos a la conclusión de que la 
identidad sexual humana está construida en nuestra constitución por los 
genes que heredamos y la embriogénesis que experimentamos. Las 
hormonas masculinas sexualizan el cerebro y la mente. 

A disgusto con el propio sexo

La disforia sexual -un sentido de inquietud respecto al rol sexual de uno mismo-
 ocurre naturalmente en esos raros casos de varones que crecen como mujeres en 
un esfuerzo por corregir un problema estructural genital infantil. Una inquietud
 similar puede ser socialmente inducida en hombres aparentemente normales 
desde un punto de vista de la constitución, en asociación con (y presumiblemen
te motivados por) serias aberraciones en el comportamiento, entre las cuales
 están la orientación homosexual conflictiva y la notable desviación masculina
 llamada ahora autoginefilia.

Estaba claro, entonces, que los psiquiatras debíamos trabajar para disuadir a los 
adultos que buscaban la cirugía de reasignación de sexo. 

Cuando el Hopkins anunció que pararía estos procedimientos en adultos con 
disforia sexual, muchos otros hospitales le imitaron, pero algunos centros 
médicos siguen realizando este tipo de cirugía. Tailandia tiene varios centros 
que realizan esta cirugía "sin preguntar" nada; basta tener el dinero para pagarla 
y medios para viajar a Tailandia. 

Estoy decepcionado pero no sorprendido por esto, dado que algunos cirujanos
 y centros médicos pueden ser persuadidos de llevar a cabo cualquier tipo de
 cirugía si son presionados por pacientes con desviaciones sexuales, sobre todo si esos pacientes encuentran un psiquiatra que responde por ellos. 

El ejemplo más asombroso es el del cirujano de Inglaterra que estaba dispuesto a amputar las piernas de pacientes que declaran excitarse sexualmente observando y exhibiendo muñones de piernas amputadas. 

De todas formas, nosotros en el Hopkins sostenemos que la psiquiatría oficial tiene pruebas suficientes para dar razones contra este tipo de tratamientos y debe
 empezar a clausurar esta práctica en todas partes.

Para bebés: ayuda urológica, esperar a que crezca
Para los niños con defectos de nacimientos el enfoque más racional en este
 momento es corregir lo antes posible cualquiera de los principales defectos urológicos que tienen, pero posponiendo cualquier decisión sobre
 identidad sexual para mucho más tarde, mientras se educa al niño según
 su sexo genético. 

Los cuidadores médicos y los padres deben procurar que el niño sea consciente
 de que los aspectos de la identidad sexual pueden surgir mientras él o ella crece.
 Decidir lo que se debe hacer debe esperar a la maduración y el reconocimiento 
del niño o de la niña de su propia identidad.

Cuidados adecuados, incluyendo un buen acompañamiento por parte de los progenitores, significa ayudar al niño a través de las dificultades médicas y
 sociales presentadas por la anatomía genital, pero protegiendo en el proceso 
los tejidos que pueden ser útiles, en especial las gónadas. 

Hay que continuar este esfuerzo hasta que el niño pueda ver el problema de su rol
 en la vida de un modo más claro a medida que el individuo diferenciado sexual_
mente surge de su interior. 

Entonces, a medida que el joven adquiere un sentido de responsabilidad en lo 
que atañe al resultado, él o ella puede ser ayudado mediante cualquier constru
_cción quirúrgica que desee. 

Un verdadero consentimiento informado lo proporciona sólo la persona que va 
a vivir con el resultado y no se apoya en las decisiones tomadas por otros que 
creen "que saben más".



Detrás del maquillaje y los colores llamativos, hay un dolor y sufrimiento 
psíquico y espiritual que es el que necesita ser atendido

La ideología de los activistas transgénero

¿Cómo se reciben ahora estas ideas? Creo que medianamente bien. Los activistas "transgéneros" (ahora a menudo aliados de los movimientos de 
liberación gay) siguen defendiendo que sus miembros tiene derecho a cualquier 
cirugía que ellos quieran y siguen declarando que su disforia sexual representa 
una concepción verdadera de su identidad sexual. Han protestado algo contra el diagnóstico de autoginefiliacomo mecanismo para generar peticiones de opera_
ciones de cambio de sexo, pero han ofrecido pocas pruebas que refuten este
 diagnóstico. 

Los psiquiatras están recibiendo mejores historias sexuales de las personas
 que piden el cambio de sexo y están descubriendo más ejemplos de esta 
extraña tendencia al exhibicionismo masculino.

Gran parte del entusiasmo relacionado con un arreglo rápido de los defectos 
de nacimiento terminó cuando la prueba anecdótica sobre un caso que recibió 
mucha publicidad acerca de un varón gemelo educado como una niña resultó 
ser falso. El psicólogo responsable escondió, mediante la utilización de una mala información, el hecho de que el niño, a pesar de los esfuerzos de su familia para
 tratarlo y educarlo como una niña, había desafiado constantemente el tratamiento,averiguando al final el engaño y restableciendo su masculinidad.Desgraciadamente, tenía un diagnóstico adicional de depresión 
grave y cometió suicidio.  [ReL publicó este caso estremecedor aquí].

Hostilidad para defender que "todo es maleable"

Pienso que, desde el otro lado, ya no se puede decir mucho acerca de la cuestión
 del cambio de sexo para los hombres. Pero he aprendido de la experiencia que el
 desafío más duro es intentar obtener conformidad para buscar pruebas empíricas
 sobre opiniones relativas al sexo y al comportamento sexual, incluso cuando las opiniones parecen claramente sinsentido. 

Uno esperaría de las personas que declaran que la identidad sexual no tiene 
una base biológica o física ofrecerían más pruebas para persuadir a los otros. 
Pero según he aprendido, hay una gran hostilidad y se favorece la idea de
 que la naturaleza es totalmente maleable.

Sin una posición fija sobre qué es la naturaleza humana cualquier posición 
puede entonces defenderse como legítima. Una práctica que parece que le da a 
la gente lo que quiere -y que algunos de ellos reclaman ruidosamente- es difícil 
de combatir con una experiencia profesional ordinaria y la sabiduría. Incluso 
a menudo se ofrece resistencia -rechazando sus resultados- a ensayos contro_
lados y estudios de seguimiento meticuloso realizados para asegurar que la
 práctica no sea perjudicial en sí misma.

El gran daño del cambio de sexo

He sido testigo del gran daño que puede provocar la reasignación de sexo. Los 
niños que han visto transformada su constitución masculina en un rol femenino
 sienten mucho sufrimiento y tristeza pues son conscientes de su disposición 
natural. 

Sus progenitores normalmente viven con sentimiento de culpa por las 
decisiones tomadas -cuestionándolas a posteriori y avergonzados de algún 
modo por la fabricación, tanto quirúrgica como social, que han impuesto 
en sus hijos. 

Y respecto a los adultos que vienen a nosotros declarando que han descubierto
 su "verdadera" identidad sexual y que han oído hablar de las operaciones de
 cambio de sexo, nosotros los psiquiatras nos hemos olvidado de estudiar las 
causas y la naturaleza de su trastorno mental y nos hemos dedicado sólo
 a prepararlos para la operación y una vida en el otro sexo. 

Hemos malgastado recursos científico y técnicos y dañado nuestra credi_
bilidad profesional colaborando con la locura en lugar de intentar estudiarla,
 curarla y, en última instancia, prevenirla.

(Traducción de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)

Artículo publicado originalmente en 
First Things.

Lea sobre esto el caso emblemático de Bruce y Brenda/Brian: Así destruye a la gente