Paul R. McHugh es Catedrático de Servicios Distinguidos en Psiquiatría en la Universidad Johns Hopkins. Escribe sobre el cambio de sexo en FirstThings.com .
Cuando la práctica de cambio de sexo mediante cirugía surgió por primera vez, a principios de los años 70, solía recordarles a menudo a los psiquiatras que
Por qué dejamos de hacer operaciones de cambio de sexo»: ciencia real contra ideología de género: Dr.Paul R. McHugh fue director de psiquiatría
03.02.2016 17:05
«según publicó el Journal of Sexual Medicineen 2008 el 80-95% de los niños prepube_rales con trastorno de Identidad deGénero, no seguirá experimentándolo en la adolescencia»./ https://www.religionenlibertad.com/por-que-dejamos-de-hacer-operaciones-de-cambio-de-sexo--42897.htm |
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Dr.Paul R. McHugh fue director de psiquiatría del John Hopkins Hospital |
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«Por qué dejamos de hacer operaciones de cambio de sexo»: ciencia real contraideología de género |
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defendían
este tipo de operación que con otros pacientes, especialmente con los alcohól
icos,
ellos solían citar la Oración por la Serenidad: "Dios, concédeme la serenidad
de
aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar aquellas que
puedo y sabiduría para reconocer la diferencia".
¿De dónde sacaron la idea de que nuestra identidad sexual ("género" es el
término
que ellos prefieren) como hombres o mujeres estaba en la categoría de
cosas que
se pueden cambiar?
Su respuesta habitual era mostrarme a sus pacientes. Los hombres (y hasta
poco
antes eran todos hombres) con los que hablaba antes de ser operados me
decían
que sus cuerpos e identidad sexual estaban en desacuerdo; con los que ha_
blaba
después de la operación me decían que la cirugía y los tratamientos de hormo
nas
que les habían convertidos en "mujeres" les habían proporcionado felicidad
y satisfacción.
Sin embargo, ninguno de estos encuentros era convincente. Los sujetos post-quirúrgicos me parecían caricaturas de mujeres. Llevaban
zapatos de tacón alto, mucho maquillaje y vestidos llamativos; me expli
caban
cómo se sentían al poder dar rienda suelta a sus inclinaciones naturales
por la paz, la domesticidad y la dulzura.
Pero sus grandes manos, sus prominentes nueces de Adán y sus evidentes rasgos
faciales eran incongruentes y lo serían cada vez más a medida que envejecieran.
Las psiquiatras a las que los enviaba para que hablaran con ellos conseguían ver
intuitivamente a través del disfraz y la exageración en los gestos. "Las chicas
conocen a las chicas", me dijo una de ellas, "y eso es un chico".
Tres rasgos de estas "nuevas mujeres" Los sujetos antes de la cirugía me llamaban la atención aún más cuando
veía
que intentaban convencer a cualquiera que quisiera influirles sobre su
operación.
Primero, dedicaban una increíble cantidad de tiempo a pensar y hablar
sobre
sexo y sus experiencias sexuales; su hambre sexual y sus aventuras pare_
cían preocuparles.
Segundo, hablar de bebés y niños no les interesaba demasiado; incluso parecían
indiferentes a los niños.
Y tercero y más importante, muchos de estos hombres-que-declaraban-ser-mujeres
decían que encontraban a las mujeres sexualmente atractivas y que
se veían como "lesbianas".
Cuando les decía a sus defensores que sus inclinaciones psicológicas se pare_
cían
más a las de los hombres que a las de las mujeres, recibía varias respuestas,
pero
la mayoría me decía que haciendo esta clase de juicios estaba recurriendo
a estereotipos sexuales.
Hasta 1975, cuando me convertí en jefe de psiquiatría del John Hopkins
Hospital,
no solía compartir mis sugerencias sobre estas cuestiones. Pero cuando se
me dio autoridad sobre todos los casos en el Departamento de Psiquiatría me di
cuenta de
que si era pasivo estaría eligiendo tácitamente impulsar la cirugía de cambio
de sexo en el departamento que la había propuesto en origen,
y que seguía defendiéndola.
Decidí desafiar lo que yo consideraba ser una mala dirección de la psiquiatría
y exigir
más información, tanto antes como después de las operaciones.
Dos "dogmas de género" a estudio Dos cuestiones se presentaron como objetivo de estudio. Primero, quería
examinar la declaración según la cual los hombres que habían sido
operados de cambio de sexo habían encontrado la solución a sus muchos problemas psicológicos.
Segundo (y esto era más ambicioso), quería ver si los niños con genitales
ambiguos que eran transformados quirúrgicamente en niñas y
educados como tales,
como afirmaba la teoría (del Hopkins), se normalizaban con facilidad
en la identidad
sexual que se había elegido para ellos.
Estas afirmaciones habían generado la opinión en círculos psiquiátricos
de que el "sexo" y el "género" de una persona eran cosas distintas:
el sexo estaba determinado genética y hormonalmente desde la
concepción, mientras que el género estaba modelado por la cultura
mediante la acción de la familia y otros durante la infancia.
La primera cuestión era más fácil y sólo requería que yo impulsara la investi_
gación continua en comportamiento sexual humano de un miembro de la
facultad que
fuera un estudiante con capacidad.
El psiquiatra y psicoanalista Jon Meyer ya estaba desarrollando un método
para
hacer el seguimiento de adultos que habían sido operados de cambio de sexo
en el Hopkins para ver en qué medida la cirugía les había ayudado.
Encontró que la mayoría de los pacientes que había localizado años después
de la
cirugía estaban satisfechos con lo que habían hecho; sólo unos cuantos se arrepentían. Pero en el resto de los aspectos habían cambiado poco en lo que se
refiere a sus condiciones psicológicas. Seguían teniendo los mismos problemas
que antes con las relaciones, el trabajo y las emociones. La esperanza que tenían
de superar sus dificultades emocionales para mejorar psicológicamente no se
había cumplido.
Arreglar sus mentes, no sus genitales Leímos los resultados como demostración de que del mismo modo que
estos hombres disfrutaban del travestismo antes de la operación,
después de ella les gustaba vivir en el sexo opuesto, pero no
se sentían mejor en su integración psicológica ni la vivían mejor.
Con estos hechos en la mano llegué a la conclusión de que el Hopkins
estaba fundamentalmente colaborando con una enfermedad mental.
Pensé que nosotros, los psiquiatras, teníamos que concentrarnos en inten_
tar arreglar sus mentes y no sus genitales.
¿Qué lleva a pedir el cambio de sexo quirúrgico? Gracias a su investigación, el Dr. Meyer pudo dar algo de sentido a los
trastornos mentales que estaban llevando a solicitar este tratamiento inusual
y radical.
La mayoría de los casos cayeron dentro de uno de estos dos grupos que
menciono a continuación, bastante diferentes entre ellos.
Un grupo consistía en hombres homosexuales conflictivos y guiados
por un
sentido de culpa que veían en el cambio de sexo un modo de resolver
sus conflictos sobre la homosexualidad, pues les permitiría
comportarse sexualmente como mujeres con hombres.
El otro grupo -la mayoría, hombres más mayores- estaba formado
por varones heterosexuales (y algunos bisexuales) que sentían
gran excitación sexual al travestirse de mujeres. A medida que
envejecían, estaban cada vez
más deseosos de añadir verosimilitud a sus disfraces y buscaban o se
les sugería una transformación quirúrgica que incluía implantes mamarios, amputación del pene y reconstrucción pélvica
para parecerse a una mujer.
Posteriores estudios sobre sujetos similares en los servicios de
psiquiatría del Clark Institute de Toronto identificaron a
estos hombres por la auto-excitaciónque sentían al imitar
a mujeres seductoras sexualmente.
Muchos de ellos imaginaban que sus demostraciones podían ser
excitantes también para los espectadores, sobre todo las
mujeres. Esta idea, una forma de "sexo en la cabeza" (D. H. Lawrence),
era lo que provocaba su primera aventura al disfrazarse con ropa
interior femenina, llevándolos después a considerar la opción
quirúrgica.
La mayoría de ellos veían en las mujeres el objeto de su interés, por lo que
al hablar con los psiquiatras se identificaban a sí mismos como
lesbianas.
El término que con el tiempo acuñaron en Toronto para describir esta forma de
mala dirección sexual fue "autoginefilia".
Autoginefilia: hombres que se excitan vistiéndose como mujeres... y buscando
gustar a mujeres; después de usar ropa de mujer, buscan un cuerpo de mujer
De nuevo concluí que alterar quirúrgicamente el cuerpo de estas personas
desgraciadas era colaborar con un trastorno mental en lugar de tratarlo.
Esta información y una mejor comprensión de lo que habíamos estado haciendo
nos hizo tomar la decisión de dejar de prescribir las operaciones de cambio de sexo
para adultos en el Hopkins —para gran alivio, tengo que decirlo, de varios de nuestros cirujanos plásticos que habían recibido orden previamente de llevar adelante este
tipo de intervención.
El caso de los bebés con genitales deformes Y con esta solución en lo que respecta a la primera cuestión, puedo ahora hablar
sobre la segunda, a saber: la práctica de asignar un sexo femenino a recién nacidos varones que al nacer tenían genitales malformados y ambiguos sexualmente,
como también defectos severos en el pene.
Esta práctica, que pertenece más al campo de la pediatria que al mío propio,
era sin embargo motivo de preocupación para los psiquiatras porque las
opiniones que se habían generado alrededor de estos casos contribuían a
formar la opinión de que la identidad sexual era una cuestión de condiciona
miento cultural más que algo esencial en la constitución humana.
Varias enfermedades, afortunadamente raras, pueden llevar a defectos en la
formación del tracto genitourinario durante la vida embrionaria. Cuando esto
ocurre en un varón, la forma más simple de cirugía plástica -con la idea de
corregir la anormalidad y ganar una apariencia estética satisfactoria- es quitar
todas las partes masculinas, incluyendo los testículos, y construir una vagina
y unos labios con los tejidos disponibles.
Esto proporciona a estos bebés malformados una anatomia genital de apariencia femenina sin importar su sexo genético. Dada la afirmación de que la identidad
sexual de un niño seguirá fácilmente a su apariencia genital si está apoyado por
la familia y el entorno cultural, los cirujanos pediátricos se aficionaron a
construir genitales de apariencia femenina tanto a niñas con una constitución cromosómica XX como a niños con una XY, para que así todos
tuvieran aspecto de niñas pequeñas, a la vez que eran educadas como tales
por sus progenitores.
Los psicólogos persuadían a los padres Todo esto se hacía, desde luego, con el consentimiento de los padres que, afligidos
por las graves malformaciones de sus bebés, eran persuadidos por los endocrinó
logos pediátricos y los psicólogos que los asesoraban a aceptar la cirugía de transformación de sus hijos.
Se les decía que la identidad sexual de sus hijos (de nuevo, su “género”) simplemen_
te se amoldaría al condicionamiento ambiental.
Si los padres sistemáticamente respondían al niño como si fuera una niña ahora
que su estructura genital parecía la de una niña, él aceptaría este rol sin mucho
esfuerzo.
Esta propuesta les planteaba a los padres una decisión crítica. Los médicos
aumentaban la presión después de hacer la propuesta diciendo a los padres
que la decisión había que tomarla pronto porque la identidad sexual de
un niño se establece a los dos o tres años de vida.
El proceso de inducir al niño en un rol femenino debía empezar rápidamente
con el nombre, el certificado de nacimiento, la parafernalia para el bebé, etc.
Con los cirujanos preparados para la operación y los médicos seguros, a los padres
se les ofrecía algo que era difícil de rechazar (a pesar de que, y esto es interesante,
unos cuantos padres, pocos, rechazaron este consejo y decidieron que la naturaleza hiciera su curso).
Pienso que estas opiniones profesionales y la elección con la que se presionaba a
los padres estaban basadas en pruebas anecdóticas difíciles de verificar y más
difíciles aún de reproducir. A pesar de la seguridad que demostraban sus
defensores, les faltaba un apoyo empírico sustancial.
Animé a unos de nuestros psiquiatras residentes, William G. Reiner (que estaba
ya interesado en el tema porque antes de su formación psiquiátrica había sido
urólogo infantil y había sido testigo del problema desde el otro lado) a empezar
un seguimiento sistemático de estos niños, en particular de los niños
transformados en niñas durante su infancia, para así determinar hasta
qué punto llegaban a estar integrados sexualmente como adultos.
Un caso a estudio: la extrofia vesical Los resultados fueron aún más sorprendentes que en el trabajo de Meyer. Reiner
escogió estudiar intensamente la extrofia vesical porque pondría mejor a prueba la idea de que la influencia cultural tiene el papel principal en la identidad sexual.
La extrofia vesical es una deformación embrionaria que produce una gruesa anormalidad de la anatomia pélvica, por lo que la vejiga y los genitales están terriblemente deformados en el momento del nacimiento. El pene masculino
no se ha formado del todo y la vejiga y el tracto urinario no están claramente
separados del tracto gastrointestinal. Fue crucial para el estudio de Reiner
el hecho de que el desarrollo embrionario de estos desafortunados varones
no es hormonalmente distinto al de los varones normales. Ellos se desarrollan
dentro de un ambiente hormonal prenatal típicamente masculino proporcionado
por su cromosoma Y y su función testicular normal.
Esto expone a estos embriones/fetos en desarrollo a la hormona masculina
de la testosterona, como les sucede a todos los otros varones en los vientres
de sus madres.
A pesar de que la investigación sobre animales ha demostrado hace tiempo que
el comportamiento sexual masculino deriva directamente de su exposición a la testosterona durante su vida embrionaria, este hecho no impidió la práctica
pediátrica de tratar quirúrgicamente a estos bebés varones que tienen esta severa anomalía mediante castración (amputando sus testículos y cualquier otro ves-
tigio de estructuras genitales masculinas) y la reconstrucción de una vagina, para que así pudieran crecer como niñas. A mediados de los años 70 esta práctica se había convertido prácticamente en universal.
Estos casos ofrecieron a Reiner la mejor prueba de los dos aspectos que son el
trasfondo de este tratamiento: (1) que los humanos cuando nacen serían
neutrales en lo que se refiere a su identidad sexual y (2) que para los humanos
son las influencias posnatales y culturales y no hormonales, especialmente
en la primera infancia, las que más influirían en su identidad sexual última.
Los varones con extrofia vesical eran modificados habitualmente mediante
cirugía para parecerse a niñas; a los padres se les instruía para que los
educaran como tales.
Pero, el hecho de que habían sido expuestos por completo a la testosterona
en el útero ¿derrotaba el intento de educarlos como niñas? Las respuestas
serían más evidentes con el cuidadoso seguimiento que Reiner estaba empe_
zando.
Antes de describir los resultados, quiero señalar que los médicos que proponían
este tratamiento para los varones con extrofia vesical entendían y eran conscientes
de que estaban introduciendo nuevos y severos problemas físicos a estos varones.
Obviamente, estos niños no tenían ovarios y sus testículos habían sido
quirúrgicamente amputados, lo que significaba que tenían que recibir
hormonas exógenas durante toda su vida. La misma cirugía les negaba
cualquier posibilidad de fertilidad en el futuro. Y uno no podía preguntar
al pequeño paciente si quería pagar este precio.
Los médicos que asesoraban a los padres las consideraban cargas aceptables
con el fin de evitar la angustia en la infancia de unas estructuras genitales
malformadas y se esperaba que pudieran seguir un rumbo sin conflictos
hacia su maduración como niñas y mujeres.
Educados como niñas, pero actuaban como chicos Sin embargo, Reiner descubrió que estos varones re-diseñados nunca
se sintieron cómodos como mujeres cuando fueron conscientes de ellos
mismos y del mundo.
Desde el principio de su vida infantil de juegos actuaban espontáneamente
como chicos y eran claramente distintos a sus hermanas y otras niñas;
les divertían más las riñas de chavales que las muñecas y "jugar a las casitas".
Más tarde, muchos de estos individuos, cuando supieron que genéticamente
eran varones, desearon reconstituir sus vidas como tales (algunos incluso
pidieron reconstrucción quirúrgica y tomar hormonas masculinas) -todo ello
a pesar de los sinceros esfuerzos de sus padres para tratarlos como niñas.
Vale la pena relatar los resultados de Reiner, de los que informaba la edición del
22 de enero de 2004 del New England Journal of Medicine. Hizo un seguimiento a dieciséis varones genéticos afectos de extrofia vesical vistos en el Hopkins, de los
cuales catorce fueron sometidos, en el periodo neonatal, a reasignación al sexo
femenino social, legal y quirúrgicamente. Los padres de los otros dos niños
rechazaron el consejo de los pediatras y educaron a sus hijos como varones.
Ocho de los catorce sujetos reasignados como mujeres declararon ser varones.
Cinco vivían como mujeres y uno vivía sin una identidad sexual clara. Los dos
que fueron educados como varones permanecieron varones.
Los dieciséis tenían intereses que eran típicamente masculinos, como la
caza, el jockey sobre hielo, el karate y el bobsleigh.
De este trabajo Reiner sacó la conclusión de que la identidad sexual sigue
a la constitución genética. Las tendencias masculinas (juegos de fuerza,
sentirse excitados por las mujeres y agresividad física) son el resultado del
desarrollo intrauterino fetal rico en testosterona de los individuos estudiados,
a pesar de los esfuerzos por socializarlos como mujeres desde el nacimiento.
Después de examinar los estudios de Reiner y Meyer, nosotros, en el Departa_
mento de Psiquiatría del Johns Hopkins llegamos a la conclusión de que la
identidad sexual humana está construida en nuestra constitución por los
genes que heredamos y la embriogénesis que experimentamos. Las
hormonas masculinas sexualizan el cerebro y la mente.
A disgusto con el propio sexo La disforia sexual -un sentido de inquietud respecto al rol sexual de uno mismo-
ocurre naturalmente en esos raros casos de varones que crecen como mujeres en
un esfuerzo por corregir un problema estructural genital infantil. Una inquietud
similar puede ser socialmente inducida en hombres aparentemente normales
desde un punto de vista de la constitución, en asociación con (y presumiblemen
te motivados por) serias aberraciones en el comportamiento, entre las cuales
están la orientación homosexual conflictiva y la notable desviación masculina
llamada ahora autoginefilia.
Estaba claro, entonces, que los psiquiatras debíamos trabajar para disuadir a los
adultos que buscaban la cirugía de reasignación de sexo.
Cuando el Hopkins anunció que pararía estos procedimientos en adultos con
disforia sexual, muchos otros hospitales le imitaron, pero algunos centros
médicos siguen realizando este tipo de cirugía. Tailandia tiene varios centros
que realizan esta cirugía "sin preguntar" nada; basta tener el dinero para pagarla
y medios para viajar a Tailandia.
Estoy decepcionado pero no sorprendido por esto, dado que algunos cirujanos
y centros médicos pueden ser persuadidos de llevar a cabo cualquier tipo de
cirugía si son presionados por pacientes con desviaciones sexuales, sobre todo si esos pacientes encuentran un psiquiatra que responde por ellos.
El ejemplo más asombroso es el del cirujano de Inglaterra que estaba dispuesto a amputar las piernas de pacientes que declaran excitarse sexualmente observando y exhibiendo muñones de piernas amputadas. De todas formas, nosotros en el Hopkins sostenemos que la psiquiatría oficial tiene pruebas suficientes para dar razones contra este tipo de tratamientos y debe
empezar a clausurar esta práctica en todas partes.
Para bebés: ayuda urológica, esperar a que crezca Para los niños con defectos de nacimientos el enfoque más racional en este
momento es corregir lo antes posible cualquiera de los principales defectos urológicos que tienen, pero posponiendo cualquier decisión sobre
identidad sexual para mucho más tarde, mientras se educa al niño según
su sexo genético.
Los cuidadores médicos y los padres deben procurar que el niño sea consciente
de que los aspectos de la identidad sexual pueden surgir mientras él o ella crece.
Decidir lo que se debe hacer debe esperar a la maduración y el reconocimiento
del niño o de la niña de su propia identidad.
Cuidados adecuados, incluyendo un buen acompañamiento por parte de los progenitores, significa ayudar al niño a través de las dificultades médicas y
sociales presentadas por la anatomía genital, pero protegiendo en el proceso
los tejidos que pueden ser útiles, en especial las gónadas.
Hay que continuar este esfuerzo hasta que el niño pueda ver el problema de su rol
en la vida de un modo más claro a medida que el individuo diferenciado sexual_
mente surge de su interior.
Entonces, a medida que el joven adquiere un sentido de responsabilidad en lo
que atañe al resultado, él o ella puede ser ayudado mediante cualquier constru
_cción quirúrgica que desee.
Un verdadero consentimiento informado lo proporciona sólo la persona que va
a vivir con el resultado y no se apoya en las decisiones tomadas por otros que
creen "que saben más".
Detrás del maquillaje y los colores llamativos, hay un dolor y sufrimiento
psíquico y espiritual que es el que necesita ser atendido
La ideología de los activistas transgénero ¿Cómo se reciben ahora estas ideas? Creo que medianamente bien. Los activistas "transgéneros" (ahora a menudo aliados de los movimientos de
liberación gay) siguen defendiendo que sus miembros tiene derecho a cualquier
cirugía que ellos quieran y siguen declarando que su disforia sexual representa
una concepción verdadera de su identidad sexual. Han protestado algo contra el diagnóstico de autoginefiliacomo mecanismo para generar peticiones de opera_
ciones de cambio de sexo, pero han ofrecido pocas pruebas que refuten este
diagnóstico.
Los psiquiatras están recibiendo mejores historias sexuales de las personas
que piden el cambio de sexo y están descubriendo más ejemplos de esta
extraña tendencia al exhibicionismo masculino.
Gran parte del entusiasmo relacionado con un arreglo rápido de los defectos
de nacimiento terminó cuando la prueba anecdótica sobre un caso que recibió
mucha publicidad acerca de un varón gemelo educado como una niña resultó
ser falso. El psicólogo responsable escondió, mediante la utilización de una mala información, el hecho de que el niño, a pesar de los esfuerzos de su familia para
tratarlo y educarlo como una niña, había desafiado constantemente el tratamiento,averiguando al final el engaño y restableciendo su masculinidad.Desgraciadamente, tenía un diagnóstico adicional de depresión
grave y cometió suicidio. [ReL publicó este caso estremecedor aquí].
Hostilidad para defender que "todo es maleable" Pienso que, desde el otro lado, ya no se puede decir mucho acerca de la cuestión
del cambio de sexo para los hombres. Pero he aprendido de la experiencia que el
desafío más duro es intentar obtener conformidad para buscar pruebas empíricas
sobre opiniones relativas al sexo y al comportamento sexual, incluso cuando las opiniones parecen claramente sinsentido.
Uno esperaría de las personas que declaran que la identidad sexual no tiene
una base biológica o física ofrecerían más pruebas para persuadir a los otros.
Pero según he aprendido, hay una gran hostilidad y se favorece la idea de
que la naturaleza es totalmente maleable.
Sin una posición fija sobre qué es la naturaleza humana cualquier posición
puede entonces defenderse como legítima. Una práctica que parece que le da a
la gente lo que quiere -y que algunos de ellos reclaman ruidosamente- es difícil
de combatir con una experiencia profesional ordinaria y la sabiduría. Incluso
a menudo se ofrece resistencia -rechazando sus resultados- a ensayos contro_
lados y estudios de seguimiento meticuloso realizados para asegurar que la
práctica no sea perjudicial en sí misma.
El gran daño del cambio de sexo He sido testigo del gran daño que puede provocar la reasignación de sexo. Los
niños que han visto transformada su constitución masculina en un rol femenino
sienten mucho sufrimiento y tristeza pues son conscientes de su disposición
natural.
Sus progenitores normalmente viven con sentimiento de culpa por las
decisiones tomadas -cuestionándolas a posteriori y avergonzados de algún
modo por la fabricación, tanto quirúrgica como social, que han impuesto
en sus hijos.
Y respecto a los adultos que vienen a nosotros declarando que han descubierto
su "verdadera" identidad sexual y que han oído hablar de las operaciones de
cambio de sexo, nosotros los psiquiatras nos hemos olvidado de estudiar las
causas y la naturaleza de su trastorno mental y nos hemos dedicado sólo
a prepararlos para la operación y una vida en el otro sexo.
Hemos malgastado recursos científico y técnicos y dañado nuestra credi_
bilidad profesional colaborando con la locura en lugar de intentar estudiarla,
curarla y, en última instancia, prevenirla.
(Traducción de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares) Artículo publicado originalmente en First Things. Lea sobre esto el caso emblemático de Bruce y Brenda/Brian: Así destruye a la gente |